
La sanción impuesta a Jeremías Perales, delantero de Gimnasia de Jujuy, por parte del Tribunal de Disciplina Deportiva de la AFA, abre un debate que va más allá del castigo: ¿dónde termina la justicia y dónde empieza el escarmiento?
Perales fue suspendido por seis meses tras una infracción que terminó con una grave lesión de Stefano Callegari, de Nueva Chicago. Una rotura ligamentaria múltiple, fractura de peroné y daño sindesmótico no son hechos menores. Pero tampoco lo es dejar fuera de las canchas medio año a un futbolista sin antecedentes, cuya conducta dentro y fuera del campo había sido intachable hasta ese momento.
El fútbol argentino vive una era en la que los Tribunales buscan sentar precedentes. Pero la pregunta es si eso debe hacerse a costa de individualidades. Perales, quien presentó pruebas, negó intención lesiva y hasta se mostró arrepentido, recibió una pena que parece más una advertencia generalizada que una respuesta individualizada.
Es cierto que la integridad física debe estar por encima de todo. Pero cuando la justicia deportiva se convierte en ejemplificadora sin una mirada equilibrada, corre el riesgo de volverse injusta. Nadie discute la gravedad de la lesión, pero sí debería debatirse si la sanción impuesta considera adecuadamente el contexto, la intención y los antecedentes.
Hoy, Perales no podrá jugar hasta noviembre. Mientras tanto, queda la sensación de que el mensaje de la AFA no solo fue dirigido al agresor, sino también al resto de los futbolistas: cuidado, que podemos ser inflexibles.
Quizás haya que preguntarse si en esa rigidez no se esconde una falta de sensibilidad con quienes también forman parte de este deporte: los que erran sin mala fe.